google-site-verification=OpgLC51KRwgI2WHQ5h7SkeKOQ7_FhOdOvSPLkY9MF4c Nestor Yaya Garzon: Ovni Gran Alborada Humana, Tomó 1 - Capítulo 4

miércoles, 14 de julio de 2021

Ovni Gran Alborada Humana, Tomó 1 - Capítulo 4

OVNI. Enrique de Jesús Castillo Rincón  CAPITULO IV

Una de las cuestiones más candentes para nuestras curiosidad es saber si en el Universo, en cuerpos celestes muy alejados de nosotros, existen seres inteligentes que aunque pudiera ser muy diferentes de los que encontramos en nuestro planeta, hubiesen llegado, sin embargo, a conseguir el alto desarrollo intelectual inherente a la investigación científica y el dominio técnico de la naturaleza. Hoy se dedica muchísima atención a esta pregunta, en cuyos estudios participan también especialistas en los más diversos campos.


Una de las cuestiones más candentes para nuestras curiosidad es saber si en el Universo, en cuerpos celestes muy alejados de nosotros, existen seres inteligentes que aunque pudiera ser muy diferentes de los que encontramos en nuestro planeta, hubiesen llegado, sin embargo, a conseguir el alto desarrollo intelectual inherente a la investigación científica y el dominio técnico de la naturaleza. Hoy se dedica muchísima atención a esta pregunta, en cuyos estudios participan también especialistas en los más diversos campos.

” Profesor PASCUAL JORDAN Coautor de la “Teoría de la Transformación Estática ” 


La vida es extraña y desconcertante.

Alrededor de ella giran personas, sucesos importantes, ideas interesantes, que dejan profundas impresiones en nuestros sentidos, para luego perpetuarlas en forma de recuerdos imborrables.

 

La experiencia en el momento fue fundamentalmente la estructuración de mis principios de la vida. Me enseñó a desenvolver en un clima de profundo respeto hacia las personas en general. Aprendí a se ser fiel a los rudimentos del buen trato recíproco, evitando con esto, los roces normales y cotidianos dentro de la sociedad. 


Buscaba armonizar con las gentes con las cosas. Aquello que no cumpliera estos requisitos, fomentaba en mis sentimientos de rechazado y de repulsión. Evitaba mezclarme en discusiones gratuitas, huyendo también de los escándalos y de las riñas. Gustaba mucho de la soledad y a menudo la buscaba insistentemente. 

Libro Ovni Gran Alborada Humana, Tomó 1

Hacia unos días me encontraba cómodamente instalado en mi departamento de San Bernardino. Un cuarto piso que me permitía admirar en toda su extensión la belleza de la montaña del Ávila, al norte de Caracas, alejado un poco del insistente tráfico de las gigantescas autopistas metropolitanas, con sus entretejidos puentes en mil formas diferentes...Para esa época, trabajaba a un buen ritmo, mi familia aun no me acompañaba. 


Esperaba tan solo unos meses para así poder ahorrar un dinero y traerlos a vivir conmigo. Acostumbrado a la disciplina evangélica, acudí sin falta a cumplir mis labores en la Iglesia, para luego correr ansiosamente a lo que reconozco ha sido uno de los vicios más deliciosos jamás inventados: los cines. Este rompía mágicamente la rutina del trabajo diario, haciéndome escapar a los profundos abismos de los argumentos cinematográficos. 


Todo comenzó precisamente en un teatro, un domingo de 1939. Como de costumbre, al cumplir mis obligaciones religiosas, me dirigí al Teatro “Canaima”. Acostumbraba ir solo, aunque no me disgustaban las compañías. 

“UN SUIZO QUE NO ERA SUIZO” 

Todo comenzó precisamente en un teatro, un domingo de 1939. Como de costumbre, al cumplir mis obligaciones religiosas, me dirigí al Teatro “Canaima”. Acostumbraba ir solo, aunque no me disgustaban las compañías.

La gente hacia filas en grandes cantidades. Aquel día, para comprar el boleto sin ningún problema decidí llegar temprano. Haciendo la correspondiente fila, levanté la vista a uno de los costados del teatro. Un joven me miraba con curiosidad. Sonrió alegremente y se acercó al lugar donde me encontraba. 


-¡Hola, Elder! lo saludé, creí podría ser un sacerdote mormón. 

Entre desconcertado y afectuoso, me respondió: 

-Lo siento, señor pero ese no es mi nombre. 

Le pedí disculpas, explicándole que su figura y porte eran similares a las de los sacerdotes de mi religión.


 Entendió rápidamente y aprovechando mi lugar privilegiado en la fila me pidió el favor de comprarle un boleto para entrar a la película. Acepté. Me entregó diez bolívares. 

-Señor, ¿esta usted acompañado por alguien? preguntó tímidamente el joven. Le respondí negativamente. 

-Entonces ¿habrá algún inconveniente, si yo lo acompaño? 

-No, no lo hay, le respondí rápidamente. 

Entramos juntos al teatro. Compré algunos caramelos y se los ofrecí recibiéndolos en forma por demás cortés. Hicimos la presentación correspondiente. 

Dijo llamarse Ciryl. Ciryl Weiss, de nacionalidad suiza, representante de una casa, vendedor de artículos de tocador para caballero de su país y agregó: 

-Me encuentro en Caracas con el propósito de abrir a nuestros productos el mercado correspondiente al área latinoamericana. 

Apenas terminó la función y saliendo del teatro invité a Ciryl a mi apartamento. No pudo aceptar, por algún inconveniente desconocido. Sin embargo, lo comprometí para que al día siguiente me visitara. 

En mi pequeño SIMCA 1.000. Lo llevé cerca del hotel donde se hospedaba, me solicitó que lo dejaran en una esquina próxima. Sonrió y se alejó dando grandes zancadas. 


Buena impresión me llevé de aquel joven. Era un muchacho agradable y se desenvolvía excelentemente, aunque con recelo. 

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Al día siguiente, tal como habíamos acordado, recién terminadas mis labores, nos encontramos y luego lo llevé a visitar mi apartamento.


 Llegamos con un hambre atroz, y a modo de aperitivo le ofrecí un cartón de leche, acompañado de algunos deliciosos cambures (Bananas). Ciryl se acomodó en un confortable mecedero de mi pequeña sala. Observó unas cintas magnetofonicas sobre el mueble.

 

Enrique, quisiera escuchar esta grabación. 

Me entregó el “Quinteto de la Trucha”. Complacido se relajó, respirando con profundidad y dando la impresión de estar divagando con los acordes de esta bella composición musical. A veces volvía en si y preguntaba detalles sobre mi colección de música clásica. Nuestra amistad se había cimentado admirablemente.


Intercambiamos ideas, impresiones. Le conté algo sobre mi vida. No se sorprendió cuando le dije que mi religión prohibía por razones de salud, tomar café, beber licor o fumar. 


Entrada la noche, le ofrecí algunos emparedados de salchicha con jamón y queso. 

No puedo comer eso Enrique. Soy vegetariano. 

Sentí deseos de reír y lo hice con tanta fuerza, que Ciryl no salía de su asombro. 


Despreocúpese, Ciryl, no me pasa nada. Es que también yo desde hace algún tiempo, decidí un estricto régimen vegetariano. 

-Hace bien, Enrique. Y a continuación enumeró una serie de ventajas para los que han dejado de consumir carne. 

-Enrique, hay otra cosa que me asombra sobremanera. 

-Puedo saber de ¿Qué se trata? 

- Como es posible, que una persona, amante de la música clásica, la combine con tangos de Carlos Gardel? 

- Bueno, Ciryl, es que soy una de esas extrañas combinaciones que muy de vez en cuando crea la naturaleza. 

La velada era interesante y las horas transcurrieron lentamente. 

-Ciryl, ¿has oído hablar alguna vez de los ovnis?, intenté motivarlo. Su respuesta fue más un acto de cortesía, que de verdadero interés. Su expresión se había vuelto mas seria. 


- Enrique las últimas investigaciones del gobierno norteamericano, relacionadas con los ovnis, han demostrado que no existen. Hoy por hoy es un fenómeno plenamente explicado. NO quiero defraudarlo, pero estoy de acuerdo en que son puras alucinaciones de las gentes. Y es mas, Enrique, me atrevo a asegurar que son una válvula de escape, producto de la guerra fría entre potencias. 

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Guardé silencio. No insistí más en el tema. Temí enojarlo o molestarlo con mis planteamientos. 

La velada terminó en la madrugada. Decidimos continuar ahondando esta “casual” amistad, porque teníamos muchos puntos en común. 

Había encontrado un buen amigo y quise integrarlo a mis actividades. Por eso, decidí llevarlo a la Iglesia. Dos veces me acompañó.

 

En aquel entonces, en mi círculo de conocidos y amigos realizaba una decidida campaña de divulgación y de enseñanza. Uno de estos amigos, Manuel Bonell Martinez, barbero de profesión, su esposa y su pequeño hijo de pocos meses, nos acompañaron a Ciryl y a mí a una de esas ceremonias. 


Manuel y su esposa se resistían a ser bautizados, pues algunos de los principios mormones chocaban con sus creencias. Ciryl tampoco quiso bautizarse. Algún tiempo después conocí el porque de su negativa, sin embargo, siempre fue muy respetuosos con las creencias de los demás. 


Mi amigo, el suizo, poseía los rasgos característicos de la raza nórdica. Sus facciones hacían suspirar a las mujeres. Su cabello rubio, bien cuidado, brillaban con el sol. La piel blanca, sedosa, delicada, era protegida insistentemente, poniéndola continuamente al amparo de los rayos solares. 


Media entre 1.78 y 1.80, su edad aparente, unos 27 años a lo sumo. Su porte era altivo. Vestía con sencillez pero con gran pulcritud. Su rostro transmitia gran serenidad y su hablar delataba cierta paz consigo mismo. 

Siempre esta tranquilo y nunca perdió por completo el control de sus emociones. Esto pude comprobarlo en una serie de sucesos, aislados los unos de los otros, pero que sirvieron par reconfirmar mis apreciaciones. 


Me converti en investigador de robo. 

Uno de estos sucesos estuvo relacionado con el robo de algunos teléfonos de la empresa donde yo trabajaba. Sospechando de un muchacho, empleado de la misma, decidí hablar con el, supuesto que coincidia los graves problemas económicos que lo aquejaban.

 

Un sábado decidí aclarar las cosas de una vez por todas. Al salir de la oficina, me crucé con Ciryl, y le propuse que me acompañara a la diligencia. Rápidamente, en mi auto, nos dirigimos al barrio donde vivía el muchacho. Cruzamos por estrechas callejuelas bastantes empinadas, el camino era tortuoso y se hacia difícil transitar en él. 


Por los lados del norte, hacia el cerro del Ávila, cerca del Hospital Vargas, un auto que iba delante de nosotros, pareció no darse cuenta de un niño que con su perro cruzaba los dos carriles de la vía. El niño ya había alcanzado la acera no así el perro. Entonces, con cierto salvajismo, lo embistió, lanzándolo de un golpe seco contra el duro cemento. En un acto de cobardía, aumento la velocidad, no sin antes chirriar las llantas y se perdió en las calles. 


Previniendo un choque, aminoré la velocidad, frenando el carro en el momento que imprudente conductor atropellaba al perrito. Desembarque y me dirigí al niño, que entre el dolor y la sorpresa no reaccionaba aun. Sus ojos hundidos por el pesar, perdidos en una profunda tristeza, miraba al pequeño animal, presa de violentas convulsiones que vaticinaban su muerte. 


Un hombre entre gritos y comentarios de las gentes reunidas alrededor, cubrí con una hoja de periódico el cuerpo del agonizante animal. 

-¿Dónde vive este niño? ¿Quién lo conoce? pregunté a la curiosa multitud. Una señora reconociéndolo, prometió llevarlo a su casa. El niño empezó a llorar. 

Atareado, intentando consolar al muchacho, sentí detrás de mí, una mirada fría, ajena, insensible al dolor. Era Ciryl que lentamente se había acercado al lugar de los hechos. Me extrañó mucho su frialdad. Un fuerte pitazo, me recordó que había dejado el carro mal estacionado. Corrimos a éste, lo encendí y a gran velocidad nos alejamos de allí. 

Mi humor estaba completamente alterado. Maldije contra la humanidad, expresando a Ciryl mi convencimiento sobre la brutalidad de las gentes en este mundo. 

El, con su habitual serenidad, interrumpió mi forzada reflexión respondió: 

- Enrique, no te amargues por lo del niño, ya que para después de unas horas, se le habrá pasado su tristeza ante lo inevitable. Todos tenemos una mecánica cerebral que se sobrepone a todo, aun los niños. Gracias a ese mecanismo, aceptamos las cosas que nos impactan, así sean las mas absurdos y consideremos que en esos actos no hubo justicia. La hay Enrique, te aseguro que la hay. Eso era inevitable. 

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Pasmado me quedé con la boca abierta. Esperaba que me apoyara en mis apreciaciones y a cambio reprochaba indirectamente mi actitud. Ciryl no se excitó por un momento. Impávido e inhumano, como si las emociones correspondieran a seres inferiores, apenas me miró. 


Conteniéndome con todos las fuerzas, cambié la conversación. Ni siquiera había demostrado lástima. En general, Ciryl era desconcertante. Parecía no mostrar interés por alguna cosa en especial. 


A pesar de su bien formada figura, y de ser la atracción de las muchachas, tampoco se interesaba por ellas. Ello provocaba picantes comentarios entre mis compañeros que lo tildaban de hombre “raro”, contadas las consecuencias y significados de una palabra. Por mi parte, nunca vi nada anormal en él. 


Ciryl rehuía a menudo las invitaciones a fiesta y reuniones. En una de esas invitaciones, reconozco que inmoderada por parte de las muchachas de mi iglesia, pude verlo por primera y única vez, enojado, aunque al momento adoptaba su habitual postura de hombre cortés. 

A menudo lo estimulaba para que tomara gusto por las cosas, intentando apartarlo de lo que consideraba esa anormal soledad. No recuerdo haberle conocido amigos. 


Si bien conmigo siempre se comporto correctamente, no por esto, lo dejé tranquilo. Le insistía continuamente para que me acompañara a mis habituales paseos, y en uno de ellos pude comprobar lo agradable que era cuando se lo proponía. 


Un fin de semana fuimos a la playa. Ciryl no se bañó, pues según él, el agua salada, el viento y el sol afectaban su delicada piel. 

Se tendió bajo una sombrilla playera, abriendo a continuación un libro relacionado con mis famosos ovnis. 

-No se preocupe Enrique, báñese todo el tiempo que quiera. 

Reía continuamente como si nada le preocupara. Yo lo invitaba a refrescarse en el mar. 

Salí un momento del agua para acompañar a Ciryl. Lo vi entretenido leyendo el libro. Al llegar a su lado me dijo observándome detenidamente, quizá para medir mis reacciones: 

-¿Has oído hablar algo sobre “El Libro Azul”? 

-¡Si claro! creo es la pantalla de la Air Force de U.S.A., para desacreditar la existencia de los ovnis y poner en ridículo a los testigos, le dije. 

 Ciryl me contestó inmediatamente. En Charla muy anterior, me dijo que los Extraterrestres no existían y todo “eso” estaba explicado científicamente muy bien, como algo natural. 


-Yo personalmente, pensándolo bien, creo que si debe existir algún tipo de vida inteligente en alguna parte del Universo, pero no creo que hayan llegado a este planeta todavía. Quizás esos “entes” hayan avanzado más que nosotros, y su evolución sea tal, que por el momento les sea difícil contactar a los terrícolas, ¿no lo crees, Enrique? 

-Bueno, yo si creo en la existencia de multitud de organizaciones humanas muy inteligentes en el universo, le dije, y creo también que han estado llegando algunas a nuestro planeta desde tiempos muy remotos. Existen huellas, Ciryl, lo que pasa es que nuestra ciencia no quiere aceptarlo asi. Deben existir varias razones, y dos de ellas son el orgullo y nuestra soberbia. 


Ciryl no contestó. Quedó callado unos segundos como meditando sobre mi afirmación en la creencia de mundos superiores mas avanzados que nuestra pequeña morada aérea. 


-Enrique, si me baño, mi piel se arruinara por completo impidiéndome volver a vestirme por el resto de mis dias. Gritaba entre complacido y terminante. 


Para mi era bastante difícil encontrar algún pasatiempo o diversión que satisficiera a plenitud a Ciryl. Lo probé todo. Incluyendo los deportes, aun sabiendo que le disgustaban terriblemente los que generaban violencia. No me quedé con las ganas de llevarlo a un partido de fútbol: Lo invité.


- En aquella oportunidad jugaban una clasificación para la Copa Libertadores de América, entre el Deportivo Italia de Venezuela y Unión Magdalena de Colombia. Uno de los equipos, al promediar el cotejo, provocó una gresca, en el cual el árbitro decreto la expulsión inmediata de varios jugadores. La violencia en el campo era indescriptible. Con puños y patadas los integrantes de los oncenos, se liaron en una batalla campal, que hizo urgente de la presencia de la policía local para que intentara calmar los ánimos. 


Ciryl terriblemente disgustado, se levantó y se dirigió a la salida del estadio. 

Entre los gritos y maldiciones de los espectadores, pude darme cuenta de sus intenciones. Entonces le llamé exigiéndole una explicación del porque de su decisión, justo cuando las cosas se volvieron mas interesantes. 


-Te espero afuera, musito. 

El partido fue suspendido y salí a encontrarme con él. Degustaba una exquisita naranja, de aquellas que cultivan en Valencia (estado de Carabobo). 

Entramos al automóvil. Continuaba serio. 

 -No me gusta la violencia, Enrique. 

Lo mire unos instantes. Acababa reconfirmar la extraña manera de pensar de los europeos. 

-Bueno, entonces ¿Por qué no vamos a una pelea de boxeo? 

-No, no me gusta nada de eso. 

Intente interesarlo en algo, pero no caí en la cuenta que mis invitaciones estaban relacionadas con espectáculos violentos. 

-¿Qué te parece una corrida de toros? 

Ciryl me miró y muy sereno respondió. ¿Nunca has pensado en la filosofía contenida en la violencia? ¿Nunca has notado los ojos inyectados de violencia, en todas aquellas personas que asisten a los espectáculos que tú acabas de enumerar? Enrique, la violencia es contagiosa y los espectáculos que la conlleva, no dudo, que son para gentes poco evolucionadas. 


Guardé silencio. Nadie me había hablado con tanta autoridad sobre algo tan evidente. Solo con el correr de los años, comprendí aquellas palabras en toda su extensión. Por momentos, Ciryl, me hacia sentir culpable. Tal vez por eso vivía pendiente de todos sus actos y no con el fin de criticarlo, sino porque había algo en él, que lo hacia interesante y muy diferente a las demás personas. 

Ciryl quería convencerme de su identidad. No se porque sospechaba de aquel personaje, pero el se encargaba a cada momento de confirmarme las cosas. 


No perdía oportunidad de mostrarme sus documentos o de enseñarme el contenido de su maletín oscuro, el cual cargaba siempre con el. Pero lo hacia indirectamente, casi accidental en la mayoría de las veces. 

No menos curiosos la forma como se expresaba. Su castellano era excelente para un extranjero. No tenía ninguna clase de acento, un español académico, cuidadosamente estudiado. 

Ninguna expresión hubiera delató su origen. Era parco al hablar. Con palabras precisas sin extenderse demasiado, manifestaba sus pensamientos….siempre profundos. Continuamente le planteaba diversos temas con el fin de conocer sus ideas. Algunos temas no le interesaban. Conversábamos sobre muchas facetas de la vida en este mundo. Insistía en hablar sobre la violencia. Tenía una frase muy característica. 

-Eso es algo clásico entre nosotros. 

A veces insistía en cambiar de conversación. Uno de los temas que más le agradaban, era el referente a la religión. El ya conocía mis puntos de vista sobre ella y en especial sobre el mormonismo. 

-Enrique, yo no profeso creencia religiosa alguna. Estoy convencido que todas la religiones son el producto de una necesidad transitoria inherente a las persona, y creo que tu te encuentras en uno de esos momento. ¿Por  casualidad, has estudiado otras religiones? 

-Aun no lo hice. 

-Debes investigarla. Creo que asi se logrará respetarlas a plenitud. Cuando Ciryl eludía las conversaciones daba la impresión de desconocer los temas que yo le planteaba, o de desviar intencionalmente las charlar para evitar responder sobre determinados asuntos. 


En la mayoría de las veces se volvía impenetrable, le molestaba que preguntara sobre su vida sentimental o personal. Nunca hablo de la familia aunque presumí, entre comentario y comentario, una posible separación de padres. 


Mi amistad con Ciryl duró casi cuatro meses. Una tarde llego apresurado a comunicarme una importante noticia. 

 -Enrique, la casa matriz me ha llamado. Debo irme cuanto antes. Posiblemente me envíen a otro país del sur. 

Sorprendido no solté palabra alguna. Nos abrazamos fuertemente. La emoción me embargó. Por primera vez sus ojos expresaron un sentimiento. Sin pensarlo dos veces le entregué la dirección de mi madre, si por alguna casualidad lo enviaba a Colombia. Allí encontraría un hogar, calor de familia y mucho cariño. 

Ciryl me agradeció. El día de su partida se comunico conmigo, le ofrecí llevarlo al aeropuerto. 

-No te preocupes Enrique, regresaré a Suiza conjuntamente con mi jefe. Yo te escribiré. 

Esas fueron sus últimas palabras. Sentí mucho su regreso, porque no volví a saber nada de el. No me escribió. La vida era asi otro que se marchaba. Dejó un grato recuerdo; fue un gran amigo. 

Pero las cosas no terminaron allí. Algunos años después lo volvería a ver en circunstancias muy diferentes. 


No es posible dejar de mencionar el gran interés mostrado por Ciryl, sobre el contenido de las cartas que mi madre me escribía con regularidad semanalmente. 

A el le gustaba que yo se las leyera y en alguna oportunidad me hizo repetirle el contenido en voz alta. Ciryl se deleitaba con las palabras de ella, me habla de un gran sentido del amor y de permanecer con las más altas reglas de respeto por todos los seres humanos. 

Muchas veces me preguntó si ya me había escrito mi mamá. Su interés se asentaba en conocer detenidamente el vínculo, que aparte del de madre e hijo, nos unía con un gran lazo de amor y cariño, y sanos consejos para obtener en la vida la aceptación de las cosas y las gentes, que no podemos cambiar ni con religión ni la enseñanza. 


Observaba mucho a Ciryl con su maletín lleno de productos de tocador para caballero, abriendo un canal de ventas para su Casa de productos que representaba: lociones, talcos, desodorantes, jabones y cremas de afeitar. 

Lejos de saber, que ese hermoso maletín y su contenido, era en realidad productos que no fabricaba ninguna empresa o laboratorio, sino la excusa para permanecer en la ciudad de Caracas, “vendiendo” un producto mas sofisticado y trascendental, en que yo, la humanidad entera y unos seres ajenos a nuestro mundo, estarían involucrados para cambiar y ejercer una sutil pero radiante enseñanza, que cambiaria por completo con el devenir , todo a la conciencia y patrón conductual de la humanidad terrestre que puebla este planeta llamado Tierra.

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