OVNI GRAN ALBORADA HUMANA
OVNIS. Enrique de Jesús Castillo Rincón CAPITULO II
Néstor Yaya Garzón
El comportamiento humano
desde los inicios de su historia se ha tratado de estudiar y comprender, esto
para tratar de aprovechar sus características en el desarrollo de actividades o
mejorarlo para permitirle al mismo vivir de una mejor manera, ya sea observando
sus fortalezas, mejorando esos aspectos y tratar de disminuir las debilidades aumentando
la atención en los puntos en los que generalmente el ser humano suele fallar.
Mediante minuciosas
pesquisas y la identificación de posibles afirmaciones respaldadas, es posible
reconstruir la secuencia de los grandes eventos que arrojan luz sobre aspectos
del pasado…” – Roberto Charroux, extraído de “Los dueños del Mundo”,
Al día siguiente, al concluir mis responsabilidades diarias, decidí, sin dudarlo, dirigirme a la librería "Universal" en San José, con el propósito de adquirir un libro que disipara mis incertidumbres sobre el avistamiento en el Irazú.
El vendedor, algo perplejo y sin poder ofrecerme recomendaciones, extrajo de un estante polvoriento un libro titulado "El caso de los Ovnis" de Morris K. Jessups, que parecía ajustarse a los requisitos de mi creciente interés. Este libro marcó mi primera inmersión informativa en el fascinante mundo de los platillos voladores.
A través de este y otros textos, confirmé que
mi experiencia distaba de ser única, pero también me permitió comprender la
división de opiniones entre los científicos sobre la autenticidad del fenómeno.
Aquí esta el vídeo si lo prefieres
OVNI GRAN ALBORADA HUMANA
Para algunos, simplemente era la confusión habitual de fenómenos naturalmente explicados o de artefactos vinculados a la incipiente carrera espacial de las potencias. Para otros, representaba el triunfo de la magia sobre las falibles teorías de una ciencia vacilante e imperfecta.
En realidad, ninguna explicación logró satisfacer completamente mis interrogantes, pero me vi obligado a conformarme con ellas dada la escasez de información en nuestro entorno costarricense limitado.
Mis
primeras indagaciones empíricas se llevaron a cabo como un pasatiempo, ya que
carecía de los recursos necesarios para abordarlas con mayor seriedad. Este
hobby incluía la creación de álbumes meticulosamente elaborados, repletos de
noticias, recortes y fotografías extraídas de periódicos y revistas, algunas
proporcionadas por el propio vendedor de la librería.
A raíz de mi inesperado
vínculo con los "platillos voladores", no pude resistir el impulso ya
descontrolado de compartir mi experiencia. A pesar de haber prometido mantener
en secreto la identidad de mis compañeros de aventura, consulté con ellos y, en
un gesto de consideración, accedieron a que compartiera la historia, siempre y
cuando omitiera sus nombres.
Considero que fue un
intento ingenuo pero valiente, impulsado por mi sincera voluntad. Con pleno
conocimiento de las posibles repercusiones para aquellos que desafiaban de
alguna manera las normas preestablecidas de una sociedad rígida, vigilante de
sus valores y celosa de sus tradiciones, decidí relatar en detalle el
avistamiento.
Fue Un Gran Error Religioso.
Cometer el error de
entrelazar los senderos de la religión y la ciencia sin más compañía que la
inocencia en los ojos fue monumental. Los mecanismos terribles destinados a
defender los principios tejidos en las profundidades de las mentes de los
oyentes comenzaron a operar casi automáticamente, canalizando sus energías
contra algo que, a mi parecer, pertenecía al ámbito de las experiencias
impredecibles de la vida cotidiana.
Si compartí los eventos
del Irazú, lo hice con la intención de informar y no con el propósito de
proporcionar explicaciones. Desafortunadamente, el público nunca se detuvo a
considerar mis intenciones y, como vulgar hereje, la mayoría levantó sus voces
para silenciarme.
Una ola de risas y expresiones maliciosas hirió lo más profundo de mis sentimientos, obligándome a retirarme sin la oportunidad de una defensa justa.
Ese fue el precio de mi osadía. Aunque algunas mentes se abstuvieron de expresar en voz alta sus opiniones, llegaron a mis oídos comentarios discretos de aceptación relativa.
No estuve completamente
solo en mi infortunio, pero la experiencia me enseñó a actuar con prudencia en
mis siguientes incursiones en el mundo de lo desconcertante. La actitud
persistente de mis compañeros de trabajo, empeñados en demostrar la ridiculez
de mis historias, comenzó a socavar mi ya escasa voluntad investigativa. Todo
hubiera perecido definitivamente si no fuera por algo que ocurrió dos meses
después del avistamiento en el Irazú.
OVNI GRAN ALBORADA HUMANA Un Misterio Paranormal
Una noche, al regresar a
mi casa en San Juan de Tibas, a pocos metros de la escuela "Miguel
Obregón" donde cursé mis estudios primarios, bastante agotado, me sumí en
un profundo sueño. A la una de la madrugada, un sonido violento resonó en mi
cabeza. Desperté sobresaltado y, con un miedo indescriptible, reuní valor para
investigar su origen.
Era como un enjambre de
abejas luchando encarnizadamente dentro de mi cerebro. A pesar de mis intentos
de disminuir sus efectos cubriéndome los oídos con las manos, la intensidad no
disminuyó ni un instante.
Al ordenar mis
pensamientos, recordé que solo una vez antes había escuchado ese ensordecedor
zumbido: cuando estábamos en el Irazú, frente a los objetos voladores. Recorrí
la casa con la mirada.
Mi esposa dormía y no se
percató del asunto. Rápidamente, me puse de pie y, temiendo alguna desgracia,
tomé un viejo palo de escoba. En las habitaciones, mis hijos descansaban
plácidamente, ajenos a lo que estaba ocurriendo. Visiblemente afectado por terribles
presentimientos, sin saber qué hacer, regresé a mi alcoba y, al intentar abrir
la ventana, los zumbidos cesaron por completo.
Un sudor frío resbaló por
mi espalda, acompañado de leves temblores en todo el cuerpo. Finalmente, la
calma había vuelto. Por la mañana, al tomar café con mi esposa, intenté
preguntarle discretamente sobre lo sucedido la noche anterior.
No me atreví a hacerlo
directamente. Sin embargo, ella al instante dedujo hacia dónde me dirigía y
cortó la charla con cierta violencia. -Los ovnis te tienen obsesionado, dijo.
¿Qué podía responderle? Ni yo conocía la respuesta.
En ese momento, deseé que
ella comprendiera la secuencia inexplicable de eventos provocados por ese algo
desconocido e impenetrable para mi limitada inteligencia. Claro está que, fuera
lo que fuera ese algo, continuó manifestándose abiertamente, aportando dosis
calculadas de enigmáticos acertijos destinados a confundirme aún más.
En la madrugada del
siguiente día, ya olvidados en parte los temores, un fuerte remesón interrumpió
mis sueños. Beatriz, visiblemente perturbada, trató de llamar mi atención hacia
un extraño ruido que sacudía la casa sin contemplaciones. Al despertar, su
pánico contribuyó a formar un terrible nudo en mi garganta. La sorpresa me dejó
frío.
Como en la noche anterior,
tomé una escoba vieja y, aunque estábamos en interiores debido al calor de esos
días, me aventuré a intentar descubrir la fuente que hacía estremecer la casa.
Los niños dormían y
solamente tres seres estábamos conscientes en ese momento: mi esposa, al borde
de una crisis nerviosa incontrolable, me seguía de cerca sin apartarse un
segundo; el gato, con su hermoso pelambre esponjada, maullaba apoyándose en mis
piernas, y a cada instante dirigía su mirada hacia los ojos, en un intento por
comunicar el miedo reinante; el tercero era yo, impotente ante esa situación,
también a un paso de la histeria.
Llegué al cuarto de baño.
Todo vibraba. Los vidrios se sacudían sin misericordia, parecían querer salir
de sus marcos para caer al vacío y romperse en mil pedazos. Las paredes
bailaban al compás de la música.
Estábamos poseídos por ese
caos. Nuestros oídos dolían hasta la desesperación. Corrí a la puerta muerto de
miedo, y al abrirla, los ruidos desaparecieron. Todo quedó en calma. Habían
pasado uno o dos minutos, a lo sumo. Cuando los eventos son extremadamente
impactantes, es posible recurrir a las comparaciones.
Así pude apreciar que ese
horrendo zumbido había sido más agudo y más fuerte que el anterior. Salí al
jardín para mirar el hermoso cielo estrellado. Busqué en los rincones del
oscuro horizonte en un esfuerzo por distinguir algo, pero no había nada.
Un viento suave y silencioso golpeó mi rostro. Terriblemente avergonzado, observé mi cuerpo, mis manos, la escoba. Hasta dónde habían llegado las cosas. En ropa interior, el miedo me había impulsado a perseguir la causa de los ruidos y las vibraciones.
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