La Tragedia de la Fortuna: Una Historia de Inocencio y Amina
Descubre cómo la inesperada riqueza transformó la vida de Inocencio y Amina en una trágica historia de excesos y desdichas. Una lección sobre la templanza y el verdadero valor de la humildad.
Cuentos infantiles para educar - Una Fortuna Infortunada
La Tragedia de la Fortuna: La Historia de Inocencio y Amina
Vivían Inocencio y Amina cuidando su parcela que apenas les daba el sustento y alguno que otro sobrante para pasar la vida. Eran gente humilde como la que más del pequeño pueblo que los había visto nacer y luego casarse, de esto último hacía ya 15 años. Como únicas pertenencias los acompañaban una vaca, dos camastros, una mesa destartalada, dos cobijas raídas y un taburete. Ah, y el ranchito, que de pura misericordia debemos llamar así a esa enclenque casucha de bareque y tejas quebradas.
La Vida en la Parcela
Como no sabían leer ni escribir, se pasaban el día trabajando y en las noches, cuando ya las gallinas de los vecinos iban buscando cobijo en los árboles y las luciérnagas encendían sus bombillos, Inocencio y Amina se recogían, rezaban el rosario y, a veces sin pasar bocado, se acostaban. Sus lejanos deseos:
- Inocencio: "Yo quiero tener hartos colchones para hacer siesta y aguardientico para tomar cuando termine el jornal", decía Inocencio mirando al vacío.
- Amina: "Yo soy de buen dormir y donde encuentre un huequito ahí me duermo", señalaba Amina. "Eso sí, si algún día se puede, pasteles y ponqués y me doy una gran comilona ya que Dios no me dio un hijo y ni siquiera ahijado. Pues envejezco comiendo lo que más me gusta".
La Llegada del Tío
Un día cualquiera, Inocencio vio acercarse por el camino a un hombre muy bien vestido con un sombrero que brillaba de lo puro nuevo. Miraba hacia el rancho y luego a una hoja de papel que llevaba consigo. Con los hombros encogidos y quitándose el sombrero en señal de respeto, Inocencio le pregunta si estaba perdido.
- Hombre: "Busco a Amina Márquez. Pues llegó donde era patrón. ¿Ella vive aquí?"
- Inocencio: "Sí, yo soy Inocencio, su marido. Para qué somos buenos."
- Hombre: "Yo soy tu tío, Amina", casi gritó el caballero. "No me recuerdas porque estabas muy pequeña."
La Transformación
Claro patrón exclamó ella, mi difunta madre, que Dios tenga en su reino, hablaba mucho de Usted, que se había ido para Estados Unidos y no se había vuelto a saber más.
Creían que estaba muerto. Pasada la emoción, el tío expresó el motivo de su visita: Estaba enfermo y quería recuperarse con los buenos aires de su tierra natal, al lado de la única familia que le quedaba.
Inocencio y Amina se miraron y le mostraron al tío la estrechez en que vivían. Era más que bienvenido, pero no podían ofrecer sino incomodidades.
El bueno hombre lo tranquilizó, impuso con delicadeza sus razones, y los tres terminaron de nuevo entre abrazos y carcajadas.
El tío mandó arreglar el potrero y a desyerbar el pequeño huerto de Inocencio y Amina.
Aquel estrenó herramientas y Amina enderezó el fogón y pudo poner un suelo de baldosa a la cocina.
En alguna ocasión contaron al tío de sus sueños de comer bizcochos, tomar aguardiente y hacer siestas.
El Valor De La Templanza
La Herencia
Dos meses pasaron desde la llegada del tío, que en lugar de ganar peso y color, los perdía cada día hasta que una mañana no se pudo levantar de la cama. Mandó llamar al sacerdote y al notario del pueblo y arregló sus asuntos con Dios y con los hombres. No había pasado un día de firmado el testamento cuando la muerte lo sorprendió mientras dormía.
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No había pasado un día de firmado el testamento cuando la muerte lo sorprendió mientras dormía.
El tío había dejado algunos dinerillos para pagar deudas y ayudar a albergues de pobres. El resto de la fortuna, que era inmensa, fue para la pareja de campesinos. Ellos al comienzo no entendieron muy bien la cifra, pero sí supieron que era grande porque el notario que les leyó el testamento comenzó a llamar a Inocencio "señor don Inocencio" y a su mujer "mi señora Amina".
La Riqueza y Sus Consecuencias
De un día para otro estos sencillos personajes se convirtieron en los más ricos del pueblo y las noticias se regaron como un aguacero por toda la región, justo comenzaron las visitas y los halagos.
El herrero se apareció pidiendo dinero prestado para recomponer su taller, que un caballo había destrozado: Inocencio le prestó para construirse uno nuevo.
El maestro de la escuela primaria pidió prestado para comprarse unos zapatos, pues el gobierno no cancelaba a su sueldo desde hacía seis meses: salió con dinero para comprarse varias mudas completas.
Prácticamente todos los vecinos fueron hasta la casita de Inocencio y Amina y de allí salieron con dinero para arreglar sus asuntos.
Cuando los plazos de pago se vencieron Inocencio hizo la ronda de cobro, pero en lugar de pago de las deudas lo que recibió fue insultos y malquerencia: Qué desconsiderado, que agiotista, que egoísta, que usurero.
Pasó de estar siempre solo con su mujer a tener un millón de amigos Y de allí a tener la misma cantidad de enemigos.
Decepcionados con el mundo, Inocencio y Amina dejaron el ranchito y la tierra ya casi una Hacienda, pues habían comprado las tierras de sus vecinos a cargo de un capataz, compraron una gran casa en la plaza de pueblo y se encerraron: el a tomar aguardiente y hacer siestas en una pila de colchones tan grande que necesitaba una escalera para subirse, y Amina a comer pasteles y bizcochos todo el día.
A las advertencias y consejos del cura, el profesor y el alcalde, Inocencio respondía para qué voy a trabajar, si ahora soy un gran señor.
A veces extrañaba las labores del campo como con su vaquita y su huerto, pero de inmediato se veía en su nueva posición y descartaba la idea.
Así, durante varios años, se dedicaron a las siestas, los bizcochos y el aguardiente, alejados de todo el mundo. Inocencio se fue secando y su nariz se convirtió en una especie de tomate podrido. Aminas engordó tanto que casi no se podía levantar de la cama.
Ella murió primero, congestionada, mientras despachaba en la cama un pastel de crema batida.
En el entierro, Inocencio le dijo al sacerdote: tengo la culpa de lo que me pasó. Quise echármelas de señor porque tenía renta, y no hice caso de los consejos que me dieron.
Dios libre a un pobre como yo de recibir semejante cantidad de plata. En la misa del domingo el sacerdote contó toda la historia de Inocencio y Amina y repitió las palabras del pobre rico campesinos.
Su sermón terminó con estas palabras: Recomiendo su consejo a los que siendo felices en la pobreza reciben una visita de la caprichosa fortuna; pues más difícil que adquirir grandes riquezas es saber gastarlas.
Esta historia fue tomada del libro Grandes Enseñanzas de El periódico Hoy que publicó hace varios años.
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