viernes, 8 de mayo de 2020

Cuento El Hijo Pródigo

 Una parábola sobre el valor del perdón

Cuentos con VALORES - El Hijo Pródigo 
 
Un rico hacendado tenía dos hijos. Un día como cualquier otro el menor se le acercó y le dijo: padre, dame la parte de la herencia que me corresponde, pues quiero irme lejos y hacer otra vida. El padre se sorprendió, pero como era comprensivo no hizo muchas preguntas y complació los deseos de su hijo.

 El hijo viajó por todo el mundo, durmió en las más fastuosas posadas, y allí donde llegaba regalaba a las gentes con grandes banquetes rociados por los mejores vinos conocidos por el hombre. En
cada país que visitaban se iban uniendo a su séquito personajes de la más diversa calaña, quienes le colmaban de halagos y falsas sonrisas.

 Luego de mucho viajar al fin recaló en un país muy distante de su tierra natal, donde adquirió fama por el esplendor de su casa y sus otras propiedades.

 Regalaba con vino y mujeres a esas decenas de personas que se hacían llamar sus amigos, y con gusto compraba para sí mismo y para ellos los favores de meretrices y sirvientes.

Cuando no ofrecía una gran cena o una fiesta de varios días, el hijo permanecía ocioso, explayado cuán largo era en  sus espléndidos sofás recamados de la más fina seda y el más exquisito lino, contemplando las piedras preciosas que los joyeros de oriente le vendían a precios de usura, o dejándose acariciar por las doncellas más hermosas de la comarca.

 Por supuesto, con este ritmo de vida su fortuna pronto se extinguió, y con ella se alejaron de su lado los que antes lo adulaban y siempre estaban con él.

Más temprano que tarde se vio en la calle, sin un céntimo, lleno de deudas y sin nada de comer.  Intentó encontrar algún trabajo, pero nadie lo contrataba.

Pidió limosna, pero la gente hacía una mueca de asco y seguía su camino. Cuando ya estaba a punto de desfallecer de hambre y desesperanza consiguió un trabajo como cuidador de cerdos en una pequeña granja de la  región. Algunas tardes era tanta el hambre que sentía que ansiaba comer las sobras que los animales a su cuidado comían.

 Triste, hambriento y miserable, se dijo los sirvientes de mi padre tienen casa, vestido y comida en abundancia. Voy a regresar y le diré que me he portado mal, que no merezco llamarme su hijo.

 Le pediré que al menos me deje trabajar en su Hacienda como uno más de sus jornaleros.  Efectivamente, partió hacia las tierras de su padre. El viaje lo hizo a pie pues no logró ni recoger el dinero suficiente para comprar un burrito, mucho menos para una carreta.

 
Incluso así como estaba, demacrado con harapos, su padre lo reconoció desde lejos, y corrió emocionado a su encuentro. Llenó a su hijo de abrazos y de caricias, pero él hijo interrumpió la alegría del padre con las palabras que había pensado decirle: padre he sido un mal hijo te he defraudado a ti y a los míos.

Ya no soy digno de pertenecer a esta esta familia déjame vivir en tus tierras como uno más de tus jornaleros. Pero el padre, en medio de su alegría, no oía las razones del hijo. Mandó a llamar a su segundo y le dijo: trae las ropas más elegantes que encuentres, sandalias nuevas y anillos.

 Que maten el becerro cebado y lo pongan ya mismo en el asador: vamos a hacer un gran jolgorio, pues había perdido a mi querido hijo y ahora lo he encontrado de nuevo.

 Así fue: toda la hacienda se reunió alrededor de vino y la comida; hasta unos músicos de oriente que pasaban por allí se unieron al festejo.

En esas regresó del campo el hijo mayor, y al oír los gritos y la música le preguntó a uno de sus sirvientes el motivo. El jornalero le dijo: su hermano menor ha regresado sano y salvo, y su padre organizó esta gran fiesta en su honor.

Malhumorado, el hijo mayor se quedó lejos de la hacienda, donde lo alcanzó su padre para invitarlo a entrar y participar. Pero el hijo, haciendo mala cara,  recriminó al padre.

Durante todos estos años te he servido ciegamente, nunca he desobedecido tus mandatos, he ayudado a ampliar tu Hacienda, y nunca me diste ni un cabrito para compartirlo con mis amigos. y ahora llega mi hermano que malgastó su fortuna en vino y meretrices, y tú le haces esa grandiosa fiesta.

 El padre le respondió: hijo, tú siempre estás a mi lado, y todo lo que es mío te pertenece. Pero era preciso hacer esta fiesta y alegrarnos, pues tu hermano estaba muerto y ahora ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado.


 Esta historia ha sido basada en el libro grandes enseñanzas de El periódico Hoy publicada hace varios años.

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