lunes, 30 de agosto de 2021

Cuento De Los Tres Enanitos Del Bosque.

Este es un cuento más de los Hermanos Grimm

Cuento De Los Tres Enanitos Del Bosque.
Cuenta la leyenda que un hombre que le había fallecido su esposa, y una mujer a quien le había fallecido su esposo.

Este hombre tenía una hija, y esta mujer, otra hija. Las dos muchachas eran amigas y salían de paseo juntas; como de costumbre de vuelta solían pasar un rato en casa de la mujer.

 Un día, ésta mujer dijo a la hija del viudo:

-Di a tu padre que me gustaría casarme con él. Cuando nos casáramos, entonces, tú te lavarías todas las mañanas con leche tibia y beberías vino; en cambio, la desafortunada de mi hija se lavaría con agua, y solamente bebería agua.

De vuelta en su casa, la niña repitió a su padre lo que le había dicho la mujer madre de su amiga. Dijo el hombre:

-¿Qué debo hacer? El matrimonio es un gozo, pero también es un tormento. 

Al fin, no sabiendo qué decisión tomar, se quitó un zapato y dijo:

-Hija toma este zapato, el cual tiene un agujero en la suela. Llévalo al desván, cuélgalo del clavo grande y llénalo con  agua.  Si este zapato retiene el agua, me casaré con esta mujer; pero si el agua se sale, no me casaré con esta mujer. 

Cuento De Los Tres Enanitos Del Bosque.

Cumplió la muchacha lo que le había mandado hacer su padre; pero el agua hinchó el cuero del zapato y cerró el agujero, y la bota quedó llena hasta el borde. La niña fue a contar a su padre lo ocurrido. Su padre subió hasta el desván, y viendo que su hija había dicho la verdad, se dirigió a casa de la mujer viuda para pedirla en matrimonio. Y se celebró la boda.

A la mañana siguiente, al levantarse las dos muchachas, la hija del hombre encontró preparada leche tibia para lavarse y vino para beber, mientras que la otra no tenía sino agua para lavarse y agua para beber. Al día siguiente encontraron agua para lavarse y agua para beber, tanto la hija de la mujer como la hija del hombre. Y a la tercera mañana, la hija del hombre encontró agua para lavarse y agua para beber, por el contrario  la hija de la mujer, leche para lavarse y vino para beber.

Y así continuaron las cosas en adelante. La mujer odiaba a su hijastra mortalmente e ideaba todas las tretas para tratar a su hijastra peor cada día.

Además, sentía envidia de ella porque era bonita y muy amable, mientras que su hija era fea y odiosa. Un día de invierno, en que estaba nevado el monte y el valle, la mujer confeccionó un vestido de papel y, llamando a su hijastra, le dijo: 

-Toma, ponte este vestido y vete al bosque a llenarme este cesto de fresas, que hoy me apetece comer muchas.

-¡Santo Dios! -exclamó la muchacha-. Pero si en invierno no hay fresas; la tierra está helada y la nieve lo cubre todo. ¿Y por qué debo vestirme con traje de papel? Afuera hace un frío que hiela los huesos; el viento helado se entrará por el papel, y los espinos me lo desgarrarán.

-¿Habrase visto descaro? -exclamó la madrastra-. ¡Sal enseguida y no vuelvas si no traes el cesto lleno de fresas rojas!

Y le dio un mendrugo de pan seco, diciéndole:

-Esta es tu comida de todo el día.

Pensaba la mala bruja: "Se va a morir de frío y hambre, y jamás volveré a verla."

Cuento De Los Tres Enanitos Del Bosque.
La niña, que era obediente, se puso el vestido de papel y salió al campo con la cestita. Hasta donde alcanzaba la vista toda estaba cubierta de nieve; no asomaba ni una brizna de hierba. Al llegar al bosque descubrió una casita con tres enanitos que la miraban por la ventana. Muy amable como ella era, les dio los buenos días y toco discretamente la puerta. Ellos la invitaron a entrar, y la muchacha se sentó en el banco, al lado del fuego, para calentarse y comer su desayuno. Los hombrecillos suplicaron:

-¡Danos un poco de pan!

-Con mucho gusto -respondió ella- y, partiendo su mendrugo de pan, les ofreció la mitad.

Le preguntaron entonces los enanitos:

-¿Qué buscas en el bosque, con tanto frío y con este vestido de papel tan delgado?

-¡Ay! -respondió ella-, tengo que llenar este cesto de fresas rojas, y no puedo volver a casa hasta que lo haya conseguido. 

Terminado su pedazo de pan, los enanitos le dieron una escoba, y le dijeron:

-Ve a barrer la nieve de la puerta trasera de la casa.

Al quedarse solos, los hombrecillos celebraron un consejo:

-¿Qué podríamos regalarle a esta joven, puesto que es tan buena y juiciosa y ha compartido su pan con nosotros?

Dijo el primero:

-Pues yo le concedo que ella sea más bella cada día.

El segundo:

-Pues yo, le concedo que le caiga una moneda de oro de la boca por cada palabra que pronuncie.

Dijo el tercero:

-Yo haré que venga un rey y la tome por esposa.

Mientras tanto, la muchacha, cumpliendo el encargo de los enanitos, muy juiciosa barría la nieve acumulada en la parte trasera de la casa.

Y, ¿qué creen que encontró? 

Cuento De Los Tres Enanitos Del Bosque.
Pues unas magníficas y grandes fresas maduras, rojas, que asomaban por entre la nieve. Muy contenta, llenó su canasta y, después de dar las gracias a los enanitos y estrecharles la mano se despidió, dirigiéndose a su casa, para llevar a su madrastra lo que le había encargado.

Al entrar y decir "buenas noches," la cayeron de la boca dos monedas de oro. Se puso entonces a contar lo que le había sucedido en el bosque, y he aquí que a cada palabra le iban cayendo monedas de la boca, de tal manera que al poco rato todo el suelo estaba lleno de monedas de oro.

-¡Qué petulancia! -exclamó la hermanastra-. ¡Tirar así todo ese dinero!

Mas por dentro sentía una gran envidia, intentando copiar lo sucedido a su hermanastra, quiso también salir al bosque a buscar fresas rojas. Pero su madre se oponía:

-No, hijita, hace muy mucho frio y mal tiempo y podrías enfriarte.

Mas como ella insistía y sabiendo que la dejaría en paz, cedió al fin a su petición, le cosió un espléndido abrigo de pieles y, después de proveerla de unos deliciosos envueltos  con mantequilla y pasteles, la dejó marchar.

La muchacha se fue al bosque, encaminándose directamente a la casita que ya sabía que existía. Vio a los tres enanitos que estaban asomados en la ventana, pero ella no los saludó y, sin preocuparse de ellos ni dirigirles la palabra siquiera, penetró en la habitación, se acomodó junto a la chimenea y empezó a comerse sus bollos y pasteles.

-Danos un poco –le pidieron los enanitos-; pero ella respondió:

-No tengo bastante para mí, ¿cómo para repartirlos con ustedes? Terminado lo que hubo de comer, le dijeron los enanitos:

-Ahí tienes una escoba, ve a barrer afuera, en la puerta de atrás de la casa.

-Barran ustedes -replicó ella-, porque que yo no soy su criada.

Viendo que no hacían ademán de regalarle nada, salió de la casa, y entonces los enanitos celebraron un nuevo consejo:

-¿Qué le daremos, ya que es tan grosera y tiene un corazón tan codicioso que no quiere desprenderse de nada? 

Dijo el primer enanito:

-Yo concedo que cada día se vuelva más fea.

Dijo el segundo enanito:

-Pues yo le concederé, que por cada palabra que pronuncie le salte un sapo de la boca.

Dijo el tercer enanito:

-Yo la condeno a morir de mala muerte.

La muchacha estuvo buscando fresas afuera, pero no halló ninguna y regresó malhumorada a su casa.

Al abrir la boca para contar a su madre lo que le había ocurrido en el bosque, he aquí que a cada palabra le saltaba un sapo, por lo que todos se apartaron de ella asqueados.

Ella no hizo más que aumentar el odio de la madrastra, quien sólo pensaba en los medios para atormentar a la hijastra la hija de su marido, cuya belleza era mayor cada día.

Finalmente, cogió un caldero y lo puso al fuego, para cocer lino. Una vez cocido, lo colgó del hombro de su hijastra, dio a ésta un hacha y le mandó que fuese al río helado, abriera un agujero en el hielo y aclarase el lino.  

La muchacha, obediente, se dirigió al río y se puso a golpear el hielo para agujerearlo y aclarar el lino. En eso estaba cuando pasó por allí una espléndida carroza en la que viajaba el Rey. Éste mandó detener la carroza y preguntó:

-Hija mía, ¿quién eres y qué haces? 

-Soy una pobre muchacha y estoy aclarando este lino.

El Rey, compadecido y viéndola tan hermosa, le dijo:

-¿Quieres venirte conmigo al castillo?

-¡Oh sí, con toda mi alma! -respondió ella, contenta de librarse de su madrastra y su hermanastra.

Cuento De Los Tres Enanitos Del Bosque.
 

Montó, pues, en la carroza, al lado del Rey, y, una vez llegaron al castillo en la Corte, se celebró la boda con gran pompa y esplendor, tal como los enanitos del bosque habían dispuesto para la bonita muchacha.

Al año, la joven reina dio a luz un hijo, y la madrastra, a cuyos oídos habían llegado las noticias de la suerte de la niña, se  encamino al palacio acompañada de su hija fea, con el pretexto de hacerle una visita.

Como fuera que el Rey había salido y nadie se hallaba presente en el castillo, la malvada mujer agarró a la joven Reina por la cabeza mientras su hija la cogía por los pies, y, sacándola de la cama, la arrojaron por la ventana a un río que pasaba por debajo.

Luego, la vieja metió a su horrible hija en la cama y la cubrió de los pies hasta la cabeza con las sábanas. Al regresar el Rey e intentar hablar con su esposa, le detuvo la vieja:

-¡Silencio, silencio! Ahora no; está con un gran sudor, déjela tranquila por hoy.

El Rey, no presintiendo nada malo, se retiró. Volvió al día siguiente y se puso a hablar a su esposa. Al responderle la otra, a cada palabra le saltaba un sapo, cuando antes lo que caían siempre eran monedas de oro.

Al preguntar el Rey qué significaba aquello, la madrastra dijo que era debido a lo mucho que había sudado, y que pronto le pasaría.

Aquella noche, empero, el chef de cocina vio un pato que entraba nadando por el sumidero y que decía:

"Rey, ¿qué estás haciendo?

¿Velas o estás durmiendo?"

Y, no recibiendo respuesta alguna, prosiguió:

"¿Y qué hace mi gente?"

A lo que respondió el pinche de cocina:

"Duerme profundamente."

Siguió el otro preguntando:

"¿Y qué hace mi hijito?"

Contestó el cocinero:

"Está en su cuna dormidito."

Tomando entonces la figura de la Reina, subió a su habitación y le dio de mamar a su hijo; luego le mulló la camita y, recobrando su anterior forma de pato, se marchó nuevamente nadando por el sumidero.

Las dos noches siguientes volvió a presentarse el pato, y a la tercera dijo al chef de cocina:

-Ve a decir al Rey que coja la espada, salga al umbral y la pase y acaricie por tres veces encima de mi cabeza.

Así lo hizo el criado, y el Rey, saliendo armado con su espada, la blandió por tres veces sobre aquel espíritu, y he aquí que a la tercera se levantó ante él su esposa, bella, viva y sana como antes.

El Rey sintió en su corazón una gran alegría; pero guardó a la Reina oculta en un aposento hasta el domingo, día señalado para el bautizo de su hijo. Ya celebrada la ceremonia, preguntó: 

-¿Qué se merece de castigo una persona que saca a otra de la cama y la arroja al agua?

-Pues, cuando menos -respondió la vieja-, que la metan en un tonel erizado de clavos puntiagudos y, desde la cima de la montaña, lo echen a rodar hasta el río.

A lo que replicó el Rey:

-Has pronunciado tu propia sentencia -y, mandando traer un tonel como ella había dicho, hizo meter en él a la vieja y a su hija, y, después de clavar el fondo, lo hizo soltar por la ladera, por la que bajó rodando y dando tumbos hasta el río. Y el rey y la reina vivieron felices y comieron perdices.

 

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Mas cuentos en  Nestor Yaya Garzon

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