El Oso Dormilón y el Siervo
Una madrugada de verano fui arrancado del estudio de mis plantas por el aullido de una jauría de perros de caza que atronaban el monte, muy cerca de casa.Mi tentación fue grande, pues yo sabía que los perros del monte no aúllan sino cuando han visto ya la bestia que persiguen al rastro.
Durante largo rato logre contenerme. Al fin no pude más, y machete en mano, me lance tras el latir de la jauría. En un instante estuve al lado de los perros, que trataban en vano de trepar a un árbol.
Dicho árbol tenía un hueco que ascendía hasta las primeras ramas, y aquí dentro se había refugiado un animal.
Dicho árbol tenía un hueco que ascendía hasta las primeras ramas, y aquí dentro se había refugiado un animal.
Durante una hora busque en vano como alcanzar a la bestia, que gruñía con violencia.
Al fin distinguí una grieta en el tronco, por donde vi una piel áspera y cerdosa. Enloquecido por el ansia de la caza y el afán sostenido de los perros, que parecían animarme, hundí por dos veces el machete dentro del árbol.
Al fin distinguí una grieta en el tronco, por donde vi una piel áspera y cerdosa. Enloquecido por el ansia de la caza y el afán sostenido de los perros, que parecían animarme, hundí por dos veces el machete dentro del árbol.
Volví a casa profundamente disgustado de mí mismo. En el instante de matar a la bestia roncante, yo sabía que no se trataba de un jabalí, ni cosa parecida. Era un agutí, el animal más inofensivo de toda la creación. Pero como he dicho, yo estaba enloquecido por el ansia de la caza, como los cazadores.
Nos regalaron un ciervito
Pasaron dos meses. En esa época nos regalaron un ciervito que apenas tendría siete días de edad. Mi hija, aun niña, lo criaba con biberón. En poco tiempo el ciervito aprendió a conocer las horas de su comida y surgía entonces del fondo de lo bambúes a lamer el borde del delantal de mi chica, mientras gemía con honda y penetrante dulzura.
Era el mimado de la casa y de todos nosotros. Nadie en verdad lo ha merecido como él.
Tiempo después regresamos a Buenos Aires y trajimos al ciervito con nosotros. Lo llamábamos Dick. Al llegar al chalet que tomamos en Vicente López, resbalo en el piso de mosaico, con tan poca suerte que horas después rengueaba aun.
Tiempo después regresamos a Buenos Aires y trajimos al ciervito con nosotros. Lo llamábamos Dick. Al llegar al chalet que tomamos en Vicente López, resbalo en el piso de mosaico, con tan poca suerte que horas después rengueaba aun.
Muy abatido, fue a echarse entre el macizo de cañas de la quinta, que debía recordarle vivamente sus selvosos bambúes de Misiones. Lo dejamos allí tranquilo, pues el tejido de alambre alrededor de la quinta garantizaba su permanencia en casa, ese atardecer llovió, como había llovido persistente mente los días anteriores y, cuando de noche regrese del centro, me dijeron que en casa el ciervito no estaba más.
Dick se estravio y los niños lo buscan.
La sirvienta contó que, al caer la noche, creyeron sentir chillidos afuera. Inquietos mis chicos habían recorrido la quinta con la linterna eléctrica, sin encontrar a Dick.
Nadie durmió en casa tranquilo esa noche. A la mañana siguiente, muy temprano, seguía en la quinta el rastro de las pisadas del ciervito, que me llevaron hasta el portón.
Allí comprendí por donde había escapado Dick, pues las puertas de hierro ajustaban mal en su parte inferior. Afuera en la vereda de tierra, las huellas de sus uñas persisten durante un trecho, para perderse luego en el barro de la calle, trilladísimo por el paso de las vacas.
Allí comprendí por donde había escapado Dick, pues las puertas de hierro ajustaban mal en su parte inferior. Afuera en la vereda de tierra, las huellas de sus uñas persisten durante un trecho, para perderse luego en el barro de la calle, trilladísimo por el paso de las vacas.
La mañana era muy fría y lloviznaba. Halle al lechero de cas quien no había visto a Dick. Fui hasta el almacén con igual resultado, mire, entonces, a todos lados en la mañana desierta no había nadie a quien preguntarle por nuestro ciervito. Buscando a la ventura, lo halle por fin, tendido contra el alambrado de un terreno baldío. Pero estaba muerto de dos balazos en la cabeza.
Bruscamente me acorde de la interminable serie de dulces seres a los que yo había quitado la vida. Y recordé al agutí de tres meses atrás, tan inocente como nuestro ciervito. Recordé mis cacerías de muchacho; me vi retratado en el chico de la vecindad, que la noche anterior, a pesar de sus balidos, y ebrio de caza, le había apoyado por dos veces en la frente su pistola mata gatos.
Bruscamente me acorde de la interminable serie de dulces seres a los que yo había quitado la vida. Y recordé al agutí de tres meses atrás, tan inocente como nuestro ciervito. Recordé mis cacerías de muchacho; me vi retratado en el chico de la vecindad, que la noche anterior, a pesar de sus balidos, y ebrio de caza, le había apoyado por dos veces en la frente su pistola mata gatos.
Ese chico como yo a su edad, también tenía el corazón de oro. Ah es cosa fácil quitar cachorros a sus madres! Nada cuesta cortar bruscamente su paz sin desconfianza, su tranquilo latir! Y cuando un chico animoso mata en la noche a un ciervito, duele el corazón horriblemente, porque el ciervito es nuestro.
Mientras lo retornaba en brazos a casa, aprecie por primera vez en toda su hondura lo que es apropiarse de una existencia. Y comprendí el valor de una vida ajena cuando llore su perdida en el corazón, y me dolió aún más ver a mis chicos llorar desconsolados.
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